
Luvers from another Galaxy
Ilustración: Mario Guillén Ordoñez
Escrito por: Patricia Martinez
Querida Adelaide:
Lamento que la noticia te llegue tan retrasada. Seguramente no podré darte explicaciones y te quedarás con una imagen equivocada de mí.
Pero te diré lo que sucedió y tú sabrás si creerme o no…
Esa noche me escapé de casa. Huí a una fiesta con mis amigos, y no pensé que se saliera de control. Bebí demasiado. Empezaba a hacerse cada vez más tarde. Todos estaban yéndose; la fiesta y las luces se apagaron de a poco. Todo el alcohol que ingerí empezó a sentirse y no sé si por eso o la escasez de luz tropecé con cada mueble de la casa, rompiendo un incontable número de objetos.
La sobrina de Ignacio me detuvo por el zaguán; dijo que quería hacerme un encargo… No dijo palabra, simplemente tomó la manga de mi saco y me incitó a seguirla por el pasillo. Vi los restos de las cosas que rompí. Sentí culpa por ello. Seguimos caminando hacía su habitación, hasta que llegamos a una puerta que olía a cedro. Entré a su cuarto; era bonito, muy minimalista para alguien de su edad.
Mi querida Adelaide, yo no quería traicionarte de esa manera, pero ella forzó los besos que puso en mis labios, mejillas y cuello. En un parpadeo ya no tenía blusa. Ella se posó delante de mí con los senos cubiertos por un sostén de encaje negro. Era como si hubiese preparado aquel momento toda la noche. Volvió a besarme y mi cuerpo empezaba a reaccionar, pues la sentí frotarse en el bulto que se formaba en mi pantalón. Se quitó la falda y pude ver sus bragas de satén negro… Adelaide, mi querida Adelaide, te juro que no llegó a más.
La empujé con la fuerza necesaria para alejarla unos pasos de mí, porque mi cuerpo te pertenece. Tropezó con sabe Dios qué, pues yo estaba abriendo la puerta para salir. No quería que me descubrieran con Genevieve casi desnuda en su alcoba… Escuché el golpe seco que dio contra el diván que estaba al pie de su cama. Di la vuelta y me acerqué a ella. Había sangre en el suelo. Todo el alcohol de mi sangre se puso frío. Huí antes de que descubrieran mi imprudencia, dejándola ahí tendida, casi desnuda y marinándose en su propia sangre.
No soy un asesino, Adelaide, y sin embargo me cazarán como si fuera uno. Tampoco soy un violador, pero me condenarán como tal.
*
Querida Adelaide:
Han pasado algunos días desde mi última carta… Me arrepiento de haberte dejado.
Ahora vago sin rumbo fijo deseando huir lo más lejos posible. Hasta ahora las ratas, ratones, gatos, perros, y todo animal que podrías encontrar en los lugares más recónditos de cualquier sitio, son mis amigos.
Esta ciudad me ha acogido sin saberlo, pero debo decirte que la vida de un prófugo es muy fácil. Cada día es un escondite nuevo: alcantarillas, callejones, casas abandonadas, incluso dentro de los palomares de algunos edificios. Deambulo por las calles a altas horas de la noche. La ciudad nocturna es hermosa y desearía pudieras ver los aparadores de las tiendas: los vestidos, los pasteles, las joyas, los perfumes, la comida… Lo cual me recuerda que he estado comiendo ratas muertas porque en mi consciencia no cabe otro asesinato… Aunque yo no soy culpable, Adelaide.
Duermo de día únicamente para que pueda caminar por las calles en busca de mi nuevo escondite. Temo que alguien me reconozca… Sé que me buscan porque hoy he escuchado en la radio, o de voz de algún desconocido, que han estado buscando al asesino de Genevieve, la sobrina de Ignacio. Eso significa que esta noche debo dejar este lugar. Debo ser cuidadoso porque los ladrones y los asesinos, como yo, estoy casi seguro, andarán tras mis huellas. Estarán rastreando mi rostro entre tantos otros… Aunque yo no soy un asesino, Adelaide; no lo soy.
¿Será que creerán en mi inocencia si les cuento mi historia? ¿Será que tú también lo hagas? Así, he de volver a mostrar mi rostro a la luz del sol. Sería un hombre libre, libre de amarte con locura y de sacar la sangre de Genevieve de mi reputación y de tu honor.
Mientras tanto debo vagar de ciudad en ciudad, esperando que en alguna de ellas la noticia de mi crimen no exista y pueda hacer mi vida de nuevo. Y en ese caso, Adelaide, quisiera que fueras mi acompañante. Allí podríamos formar una familia y todas esas cosas con las que tanto soñamos. Sin embargo, debemos dejar esos sueños detrás de nosotros, o más bien detrás de cada paso que doy a mi libertad.
*
Querida Adelaide:
Creo que me estoy volviendo loco… He tenido pesadillas en donde me encuentro con Genevieve, y a veces me parece ver su cuerpo desnudo junto a mí.
Los sucesos ocurridos en mi pesadilla parecen tan reales: Estoy en el cuarto de Genevieve, nos estamos besando de nuevo. De un momento a otro, ella se retuerce entre mis brazos, casi desnuda; suplica que la suelte… Yo sigo besándola y desnudándola. Ella llora y suplica que la suelte. No le hago caso. Todo lo contrario, la empujo contra la cama, conmigo encima de ella. No dejo de besarla. Genevieve no deja de llorar. Le digo que se calle. Ella guarda silencio, pero sigue llorando. Estoy a punto de desnudarla cuando reacciono. Me alejo unos pasos. Ella se levanta furiosa, yo sigo en shock. Genevieve se acerca a mí e intenta golpearme. No para de repetir una y otra vez: “¡Eres un maldito bastardo!”. Forcejeamos. Golpeo su cabeza contra la punta del diván; una, dos, tres, cuatro veces mientras le grito: “NO. SOY. UN. BASTARDO”. La dejo tendida en medio del creciente charco de sangre formándose en el suelo. Huyo de ahí antes de que me descubran. Despierto cubierto en sudor. Grito desesperadamente: “¡Soy inocente!”. Aunque ya no estoy tan seguro de ello.