Marilyn Monroe Interview

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Alpie, Manos a la Letra

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Fotografía por: Denisse Rios
Escrito por: Fernanda Lastra Macosay

 

Tenía 36 minutos esperándola a pesar de que el lugar lo había escogido ella. No habían mensajes, ni llamadas, ¿sería plantada por segunda ocasión?.

Me entretuve observando los coches pasar, incluso comencé a clasificarlos por colores: 2 rojos, 1 blanco, 3 negros, 5 azul marino; que aburrido.

Regresé la mirada hacia al asiento vacío de en frente y hacia mi segunda taza de café ya casi por terminar.

Las personas del lugar parecían cómodas al aire libre, fumaban, platicaban con sus acompañantes, pedían copa tras copa y yo con mi horripilante taza de café.

Tomé el último sorbo acompañado de un gran suspiro, 40 minutos.

Fue en ese momento cuando por primer vez una risa estruendosa y vivaz hizo que me helara; era ella, había llegado. Giré la cabeza para ver con mis propios ojos la sedosa melena rubia, el cuerpo tipo la Venus de Botticelli cubierto por un pantalón blanco estilo capri y su blusa cuello de tortuga negra, la sencillez de su atuendo lograba el equilibrio perfecto con el brillo de sus ojos azules y la naturalidad con la que caminaba.

Venía acompañada únicamente por un hombre que más que su guardaespaldas parecía su amigo de confianza.

Cuando se acercó y postró ante mí sus ojos azules y perfectamente delineados de negro, un impulso se abalanzó sobre mí y yo sobre ella, la abracé como si fuera mi amiga de toda una eternidad, volvió a sonreír, le pedí una disculpa, pero solo dijo:

‘’Los abrazos nunca están de más. A parte en los tiempos en los que vivimos ahora me extrañaría recibirlos de un amigo’’, y volvió a soltar una carcajada.

Me encontraba avergonzada por mi reacción de niña fanática de secundaria, pero no era cualquier persona, era Marilyn Monroe.

Inmediatamente su acompañante apartó la silla de en frente para darle asiento, ella se sentó y el le susurró algo al oído que no pude escuchar, ella sólo asintió.

-¿Qué opinas de México, Norma Jane? O ¿debería  preguntarle a Marilyn?.

Cuando hice la pregunta dudé si había hecho lo correcto en mencionar su nombre verdadero, sus ojos mostraron una expresión de asombro, difícil de explicar.

En vez de responder abrió su bolso Chanel color rojo y sacó unos cigarros capri, observé la escena como si la estuviera viendo en una de sus películas. Deslizó entre sus finos dedos blancos el cigarro y lo colocó en un filtro muy coqueto color negro, su acompañante le ofreció fuego enseguida.

-Creo que las dos opinarían algo diferente. Marilyn se sentiría en la gloria de ver la mirada de todos sus espectadores, una mirada de admiración. Sin embargo, Norma sabe, yo se, que la parte que aman es muy poco a comparación de lo que realmente soy.

Inhaló un poco de su tabaco y echó una breve sonrisa, más que natural fue brutalmente forzada. Me sentí horrorizada.

-¿Te gustaría una copa de champagne? He pedido que tengan listo tu favorito.

Esto iluminó su rostro nuevamente, volvió a soltar la carcajada loca tan característica de ella y dijo: ‘’nada me gusta más que disfrutar de una buena plática con un poco de champagne’’.

Cuando levanté mi mano para hablar al mesero, el hombre misterioso que deduje era su guardaespaldas, me dijo que el se encargaría de ordenar las bebidas y partió hacia dentro del bar-restaurante.

-No quiero ser entrometida pero, ¿quién es tu acompañante?, pregunté.

Acomodó su pelo radiante como el sol al mismo tiempo que cruzó las piernas de una manera muy ágil y elegante; diría yo, fumó un poco más y dijo:

-Más que un acompañante es mi mejor amigo, al menos eso dice él. Escucha todo lo que le digo y se limita a recetarme este monto de pastillas que traigo en el bolso. Sé que pensarás que está repleto de maquillaje, pero no, está lleno de ayuda ¿sabes?, cosas que necesito.

-Nunca creí que la sex symbol con más fama que cualquier otra mujer, pudiera necesitar de otra cosa que no fuera su carrera.

Ella se rió nuevamente, apagó el cigarro en el cenicero y por primer vez noté el color vino de sus uñas; puso sus brazos sobre la mesa, acercó su rostro un poco más al mío y enseñó una mirada pícara y entusiasmada.

-La verdad es que prefiero ser un símbolo sexual que otro símbolo, pero yo nunca aprendí a ser feliz, ¿sabes?.

En ese momento llegó su mejor amigo, como ella lo había llamado y el mesero a un lado con las dos copas de champagne. Marilyn se alejó de mí retomando su postura y el mesero, un elocuente fanático de secundaria le pidió un autógrafo. Sus delicadas manos que se movían con gracia y agilidad tomaron la servilleta del mesero, escribió un par de garabatos y plasmó un beso en esa servilleta; puedo jurar que hasta la fecha, una simple servilleta está colgada en la sala de un hogar.

Tomó el primer sorbo del líquido espumoso, suspiró y exclamó:

-¡Es simplemente una delicia Ralph, deberías tomarlo. Tantas pastillas nos terminarán matando eh!.

Los ojos de Ralph, su mejor amigo, miraron al cielo en son de súplica, pero seguramente ningún ángel escuchó sus plegarias. Ahora nadie pararía a la rubia más deseada de Hollywood.

-¿Por qué nunca has sido feliz?, pregunté.

-¿Norma o Marilyn?.

Sonreí, me la había aplicado.

-Las dos, respondí.

En menos de un minuto su copa estaba vacía y el mesero, que no dejaba de desnudarla con la mirada y al mismo tiempo admirarla con ese brillo de excitación en sus ojos, la llenó otra vez. Ella le guiñó el ojo y él, puedo jurar que por poco se desmaya; yo lo hubiera hecho.

-Fui educada como una niña abandonada, es triste, pero la poca familia, si así se le podría decir, con la que cuento son las chicas del orfanato, donde pasé la mayor parte de mi niñez y adolescencia. Por otra parte como artista, la verdad es que la industria nunca ha sabido valorar realmente mi trabajo, ¿sabes?, no pueden ver más allá de mi físico.

Otra copa de champagne terminada, el puntual mesero estaba a nada de rellenar la copa cuando Ralph hizo un movimiento tosco con las manos y lo detuvo. Marilyn empujó a su amigo y ordenó al mesero que continuara con el champagne.

Fue la primer vez que la gracia, agilidad y delicadeza de sus manos se tornaron agresivas.

-Pero, has hecho varias producciones como: Mi esposa favorita, El príncipe y la corista, Como casarse con un millonario, Niágara, Yo nunca fui una santa, Los caballeros las prefieren rubias. ¿A qué te refieres con que la industria no te ha valorado?, pregunté.

-¿Te has dado cuenta de la mayoría de los títulos de mis películas?, eso es todo lo que ve Hollywood en mi. A parte tengo una historia muy cómica -soltó una carcajada que hizo que todas las personas que se encontraban en la terraza voltearan a verla-, en los caballeros las prefieren rubias, la actriz morena ganaba más dinero que yo, ¿te das cuenta?, yo era la rubia, yo debía de ganar más dinero, la película se llamaba: Los caballeros las prefieren rubias y ganaba 500 dólares a la semana, mientras que la otra se deleitaba con 2000 dólares, ¡la industria es un fraude!.

Tuve que reírme con ella para armonizar el ambiente que se estaba llevando la dulce y vivaz sonrisa de Monroe a la desquicia y desdicha.

Podía haber terminado la entrevista en ese momento, pero quería saber más, había algo en mi interior que me daba la certeza de estar escuchando a la verdadera Norma Jeane escondida tras la silueta de la perfecta Marilyn Monroe.

-Dejando atrás los fraudes y puntualizando en tus logros, tu mejor actuación, según críticos, fue: Yo nunca fui una santa. ¿Aplicarías este rodaje en tu vida real?.

La bomba explotó y Marilyn dejó relucir sin miedos, ni pudor la sensualidad que tanto desbordaba su ser y todo en una simple frase que nunca olvidaré:

-Querida, el sexo es un don natural y yo me llevo increíble con la naturaleza.

Al terminar la frase, me percaté de que la botella ya se había terminado y que mi primer copa todavía estaba a la mitad.

Sin dudarlo dos veces mi invitada llamó al mesero y pidió otra botella, esta vez a su cuenta. Ralph hizo un mohín, pero no volvió a entrometerse entre la bebida y su amiga.

Marilyn cogió otro cigarrillo y puso sus codos sobre la mesa, sin si quiera notar que su bolso había caído al suelo.

-¿Es cierto que besarte a ti es como besar a Hitler?, pregunté con cierta saña.

Ella se atacó de la risa, pero esta vez fue un sonido diferente, pude percibir una tonada de vergüenza y decepción; puso su rostro nuevamente justo frente al mío y sus ojos me vieron directos y dolientes.

-Fue un estúpido actor de tercera el que una vez dijo eso y quiero aclarar que cada que teníamos escenas románticas, lo besaba con más intensidad.

Se alejó de mí sonriente con malicia, como quien ha logrado hacer sentir mal a quien la ha lastimado. Su mirada expresaba que sin duda alguna aquél actor jamás olvidaría los labios rojos, devoradores y venenosos de aquella mujer a la que había llamado Hitler.

Soplaba un aire fresco en la terraza del restaurante-bar en donde nos encontrábamos, cuando enseguida sus ojos malévolos se cerraron y por primera vez después de las múltiples copas de champagne, la observé relajada e inhalando profundamente.

-¿Pasa algo?, pregunté.

-Si, hay algo que había olvidado de mi infancia, de las pocas cosas que me han hecho feliz, creo que es el viento. De pequeña me encantaba tomar prestadas bicicletas y bajar la colina, adoraba el viento porque sentía que me acariciaba, justo como ahora.

Finalizó con una sonrisa simple, sin ruido, pero de satisfacción; volvió a cerrar sus hipnotizantes ojos azules y un celular sonó. No era el mío, recordaba que lo había dejado en vibrador, no quería que nadie me molestara en estos momentos; era el teléfono de Monroe, intentó agacharse un poco para recoger su bolso pero falló en el intento, casi cayéndose.

Su insaciable amigo y psiquiatra Ralph la detuvo para evitar un accidente, me paré de la silla y cogí el bolso, ella me ordenó que le pasara únicamente su celular, abrí entusiasmada el bolso de Marilyn Monroe y ví claramente, la segunda cosa que jamás olvidaré de aquella tarde. La llamada decía: John F. Kennedy.

Ralph nunca dejaría de ser apoyo de Monroe de no haber visto la reacción de mis ojos ante tremenda noticia, me arrebató el celular y sus ojos serenos de médico, se tornaron furiosos ante mí.

Le pasó el teléfono a la estrella y la acompañó a alejarse de las personas para poder hablar mejor. Visualicé como tres tropiezos de Monroe, pero ninguna caída gracias a Ralph. Encendí un cigarrillo en la espera que duró tan sólo tres minutos.

Al volver Marilyn se postro ante mi, tomó mi mano y me levantó de la silla, me dio un fuerte abrazo y dijo que era hora de marcharse, pero que pronto regresaría a México por un tequila.

No pude emitir ningún sonido porque todo sucedió demasiado rápido, en cuanto terminó la frase, Ralph la apartó de mí y la llevó rápidamente a la limusina que ya estaba esperando.

Me hubiera encantado una segunda entrevista con la rubia que aspiraba a ser aún más de lo que ya era y que tenía la total intención de brillar estética e intelectualmente, hubiera preparado cinco caballitos. Sin embargo, un mes después, un raro eclipse solar la apagó y nunca más su encantadora risa pudo estremecer nuestros oídos.

No.18
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