Fotografía por: Irving Conde
Escrito por: Raúl H. Pérez Navarrete
En un mundo paralelo estoy en una bañera junto a una copa de vino o tal vez recostada en la cama, viendo una mala película; tal vez alimento a mi gato o probablemente afino los detalles de un viaje al extranjero. En un universo alterno no estaría aquí, con una herida en el muslo izquierdo y recargando mi arma por segunda vez.
Velas aromáticas, una suave almohada, una estúpida comedia romántica…
Dicen que tu vida pasa frente a tus ojos cuando estás a punto de morir. Eso es mentira, al menos para mí. He estado cerca de la muerte en incontables ocasiones y siempre recuerdo una sola cosa: mi familia –mis padres y mi pequeña hermana. Su imagen flota como una fotografía suspendida en la nada. Tal vez sea extraño pero yo hago un recuento cuando estoy fuera de peligro; pienso que es similar a lo que ocurre con las personas que, luego de superada una crisis, hacen un análisis de lo ocurrido y prometen que cambiarán y que las cosas serán ahora diferentes. Desafortunadamente para mí no hay vuelta atrás. ¿En qué momento un arma se volvió una herramienta de trabajo? En el pasado bastaba una cámara y lápiz labial para cumplir una misión: instalar micrófonos, tomar fotografías, extraer información de un alto ejecutivo. En algún momento cambié el maquillaje por una pistola y las misiones se transformaron en robo, sabotaje o eliminación de objetivos: un microprocesador, una planta ensambladora, un importante funcionario… Es curioso pero incluso el lenguaje es diferente: muchas veces se reduce a números, claves y criptogramas: la “colmena” es una base de operaciones, un “aguijón” es un agente de campo, un “cuervo” es un helicóptero ligero para misiones nocturnas. Eso es lo que soy ahora: un animal, un insecto, una mascota. En última instancia todo se reduce a arriesgar mi vida para enriquecer a grandes corporaciones sin rostro. En este momento mi misión consiste en infiltrarme a una colmena enemiga y eliminarla junto con la abeja reina. Ahora los generales son directores ejecutivos, los campos de batalla son mansiones y edificios de oficinas, mientras que la pintura de guerra se convirtió en trajes de diseñador y lápiz labial. Si en el pasado se luchó por territorios y por petróleo, ahora se pelea por información financiera y planos de prototipos codificados en diminutos discos láser.
Los explosivos instalados en los subniveles del edificio detonarán en un par de minutos; eso significa que tengo menos de 120 segundos para llegar al helipuerto y largarme de aquí. Me pongo de pie y me dirijo hacia la puerta. Pasos detrás de mí. Alguien sube por las escaleras. Nadie debería subir por las escaleras. Desactivé los sistemas de seguridad, eliminé a los guardias. ¿Habré cometido algún error? ¿Es una traición, acaso? No importa. En un mundo paralelo estoy planeando un viaje y preparo mi maleta; sobre la cama hay un boleto de avión que promete una cálida playa en una isla tropical. En un mundo paralelo no estoy ocultándome detrás de una improvisada trinchera.
Seis hombres aparecen vistiendo uniformes negros y chalecos antibalas. Cuando dejo de escuchar sus disparos respondo al fuego, vaciando el cargador. Dos a mi izquierda y uno a mi derecha todavía están de pie. Recargo mi arma mientras escucho una advertencia; me ordenan rendirme. Consulto entonces mi reloj: tengo 90 segundos para salir. Vuelvo a disparar; antes de caer, uno de ellos me hiere en la pierna. Camino con dificultad hacia la puerta donde un grupo de hombres me espera. Les sorprende la sangre de mi muslo izquierdo pero nadie dice nada. Me ayudan a subir las escaleras mientras consulto nuevamente mi reloj: 28, 27, 26… El cuervo se eleva y silencioso desaparece; detrás, un resplandor y un estruendo…
Dejo el frío vaso sobre la arena al tiempo que el mar se refleja en mis lentes obscuros. En un mundo paralelo instalo explosivos en un sótano mientras una abeja reina bebe whisky en una lujosa y solitaria oficina.