
Portada de «Garabato» editado por la Secretaria de la Cultura y las Artes de Yucatán (SEDECULTA)
Escrito por: María Dolores Almazán
A David[1]
Todo arte es a la vez superficie y símbolo.
Los que van más adentro de la superficie,
hácenlo así a cuenta y riesgo suyos.
Los que leen el símbolo,
hacen así a riesgo y cuenta suyos.Óscar Wilde
Recibo la visita de uno de mis queridos estudiantes, Juan Antonio Tec Cauich, que me invita a participar en la presentación de un libro titulado Garabato, de la autoría de un amigo suyo, José Castillo Baeza; la invitación va acompañada de un comentario/sugerencia: no realizar una presentación “tradicional”; acepto encantada ante este cúmulo de alentadoras circunstancias.
Leo la obra; en su contraportada se indica que es un texto fundacional, y se nos menciona que se trata de una novela. Mientras leo, voy sumando otras lecturas (como siempre hago), y voy percibiendo puntos de unión entre lo que aparentemente, era sólo coincidencia temporal de mis lecturas. Sigo pues esta insinuación de la Vida y me dispongo a entretejer los hilos. Mientras leo Garabato, viene a mi mente una obra leída hace algunos años, intento encontrarla entre los libros que tapizan mis espacios, la búsqueda no me da, por ahora, buenos resultados; sin embargo (como muchas veces me sucede), buscando un texto, es otro el que aparece ante mí, sonrío, lo tomo, y lo coloco junto a los otros dos que voy leyendo.
La tríada de lecturas ha quedado conformada del siguiente modo: Garabato (2014), de José Castillo; Las páginas más bellas de Thomas Merton (2007), de José Manuel Fernández; El garabato (1985), de Vicente Leñero.
Me apasiona la paratextualidad, es decir, me encantan los títulos, los subtítulos, los epígrafes, las dedicatorias, los agradecimientos, las introducciones, las portadas, las contraportadas, las solapas, los índices, las notas, las bibliografías, los anexos, la información editorial. Empecemos pues por este nivel, y hagámoslo en el orden en el que los textos han ocupado mis días.
Después de una de tantas reuniones de trabajo, he entrado a una de mis más queridas librerías; siempre le busco entre sus anaqueles, y él siempre se me hace el encontradizo, llevamos ya algunos años leyéndonos (porque sé que él también me lee a mí mientras yo le leo); Thomas Merton es mucho más que un autor, que un conferencista, que un poeta, que un pintor, que un literato, que un pacifista, que un místico para mí, es parte esencial de mi alma.
La Editorial española Monte Carmelo, en su Colección Las páginas más bellas, publica en el año de 2007 a Thomas Merton (cuyo rostro dibujado nos sonríe desde el margen inferior derecho de la portada), y lo edita de la mano de José Manuel Fernández Carneiro. El epígrafe proviene de uno de los textos de Merton, titulado Querido lector, copio unas líneas para ti: “…si escuchas tal vez podrán decirse cosas que no estén escritas en este libro”. La obra está dedicada a un grupo de mujeres españolas. El texto inicia con una fotografía de Merton, uno de sus poemas, una semblanza biográfica, y una clasificación de sus obras completas. El libro concluye con una selección de pensamientos de Merton, la bibliografía, y el índice compuesto por nueve capítulos. En la contraportada, que finaliza con una oración escrita por Merton, se nos dice que las páginas que leeremos son para ser utilizadas en momentos oportunos de nuestra vida. Estas líneas que escribo han devenido en uno de esos momentos oportunos…
Tomemos el segundo libro.
Garabato llega a mí por segunda ocasión; había recibido con anterioridad un ejemplar como parte de uno de esos regalos institucionales. Debo confesar que el hecho de que los libros formen parte de regalos institucionales les revisten para mí de una cubierta simbólica que los aleja; sin embargo, algunos de ellos llaman mi atención y por ello me acerco a hojearlos; Garabato había sido uno de esos algunos hojeados por mí. La lectura completa de sus páginas la he realizado en este febrero de 2016. Por ello me alegro, y agradezco a la Vida su insistencia en que mis ojos recorrieran sus líneas; agradezco el momento en el que se ha realizado esta lectura; agradezco a Tony la invitación; agradezco a José la escritura; y agradezco a cada uno de ustedes el escucharme/leerme.
Me gusta la portada; es una imagen de un acantilado, en tonalidades color marfil, marrón, azul, con la impronta de signos gráficos. La obra está editada por diversas instancias de gobiernos locales y federales. El índice nos saluda desde las primeras páginas, y lo hace presentándonos tres capítulos. La obra contiene un epígrafe, al igual que lo llevan cada uno de los capítulos; escojo uno de ellos para ti, de Eugenio Montejo: “Las letras son de Dios, el alfabeto es nuestro”. En la solapa primera del libro encontramos una fotografía del autor, a quien descubrimos leyendo su escritura, y conocemos una semblanza de su vida y su obra. José Ramón Enríquez nos habla desde la contraportada, y nos dice: “Novela de aventuras literalmente librescas, se arriesga con gran fortuna por caminos narrativos que se antojan borgianos, con resonancias ensayísticas de Paz y homenajes a Barthes”.
Llega el turno al tercer libro.
¿Desde hace cuánto que vive conmigo? ¿Cómo llegó a mí? ¿Cuántas veces lo he leído? Ninguna respuesta viene a mi memoria…por ahora sólo sé que su presencia me esperaba en uno de los libreros de la sala, que su título/nombre parpadeó ante mi mirada al pasar mis ojos por las letras impresas en los lomos de los libros, mientras buscaba la novela Riña de Gatos, del autor español Eduardo Mendoza.
Joaquín Mortiz y la Secretaría de Educación Pública, editan El garabato, dentro de la Serie Lecturas Mexicanas. La portada es una especie de enfoque fotográfico, que escoge para nosotros parte de un piso o pared, en que se asientan o cuelgan una serie de figuras diversas de forja, verdaderos garabatos metálicos que van conformando siluetas, colocadas alrededor de la figura central, un crucifijo. En la contraportada, observamos una fotografía del autor, quien mira de reojo no sé qué o a quién; en el texto que acompaña la fotografía se nos narra que la literatura de Leñero ha sido definida severa, calculada, rígida; que el novelista es aficionado a las matemáticas, y escritor de televisión. Esta parte trasera del libro nos da su particular lectura de la novela: “…obra en que un novelista inventa a un novelista que a su vez crea a otro…como una serie de cajitas chinas…Las novelas independientes de los narradores se intercalan con la trama principal…como si estuvieran compartiendo la lectura con el lector”.
El epígrafe que he escogido para el inicio de estas líneas que te escribo, es el cuarto epígrafe de la historia que cuenta el tercer novelista de El garabato, de Leñero. Y, como dicen sus letras, en voz de mi muy querido Óscar Wilde, a cuenta y riesgo mío, iré dentro de la superficie de la obra que hoy nos reúne, Garabato, y leeré sus símbolos para ti.
Si estas líneas fueran las de una presentación “tradicional”, hablaría de resonancias académicas cuyo anclaje teórico estaría conformado por la Semiótica, la Recepción, la Hermenéutica, la Neo-retórica; mencionaría marcos conceptuales cuya argumentación estaría centrada en los espacios vacíos y los puntos de indeterminación; señalaría la presencia discursiva de varias voces en la diégesis, marcadas incluso a nivel tipográfico; me ocuparía de la confluencia de géneros literarios en la obra, que conjunta novela y diario; abordaría la temática de la intertextualidad; indicaría la importancia de la primera frase en el discurso literario. Pero como he dicho al principio de mis letras, esto, no es una presentación “tradicional”…
En el epígrafe de Merton que he escogido, se nos dice que si escuchamos al texto, pueden decirse cosas que no están escritas en él; así que me he puesto a escuchar a Garabato, y por ello diré cosas que quizá le sorprendan a él mismo.
Ha habido una frase, específicamente un epígrafe, que se ha quedado junto a mi oído mientras leía: “Las letras son de Dios, el alfabeto es nuestro”; la frase ha alcanzado diversas tonalidades rítmicas conforme mis ojos han ido leyendo los párrafos, haciéndome detenerme en algunos de ellos:
“Debe de haber una realidad misteriosa que separa la letra impresa de la escrita por la mano de Adán. El Creador no garabatea, escribe. Sólo el hombre es capaz del garabato, de ese sinsentido misterioso que encierra relámpagos acalambrados, deseosos de luz” (Castillo, 2014: 24-25).
La letra que sale de nuestro puño, la letra de Adán, es un garabato pensado en función de la letra de Dios. La letra de molde que se nos muestra inigualable, es una forma pura de la cual no tenemos más que una vaga idea (Castillo, 2014: 43).
…tan sólo un puñado de letras con las que expresamos la variedad del mundo, tan sólo un alfabeto que permite nadar entre la sombra; escritura que separa el mundo humano del divino. Qué más quisiera que poder fijar la escritura en el aire para poder respirarla y sudarla y agitarme en ella; morirme si no la tengo (Castillo, 2014: 70).
La resonancia de la frase-epígrafe ha sido tal, que me ha hecho dejar sus páginas e ir en busca de las de Merton, y leer, acompañada del susurro de Garabato:
…la palabra emerge antes que nada del silencio. (Ascenso a la verdad) (en Fernández, 2007: 80).
…libre de la tiranía de las palabras, seré dueño y no su servidor…no abdico por completo del lenguaje…La Palabra de Dios es silencio. Su verbo es soledad…Todo lo demás es ficción que oculta a medias la verdad que intenta revelar…no queda más que volver a la misma soledad y sumergirse en el silencio. (El signo de Jonás) (en Fernández, 2007: 114-115).
Pienso en la contraportada de Garabato, que menciona a la ensayística de Paz; a mí me parece escuchar su prosa poética, su cuentística, su Antología ¿Águila o sol? (1951), y en ella, la colección de cuentos cortos “Arenas movedizas”, y de ella, el cuento “El ramo azul”:
Pensé que el universo era un vasto sistema de señales, una conversación entre seres inmensos. Mis actos…no eran sino pausas y sílabas, frases dispersas de aquel diálogo. ¿Cuál sería esa palabra de la cual yo era una sílaba? ¿Quién dice esa palabra y a quién se la dice? (en Canteli y Reynolds, 1998: 334).
Creo recordar que en las páginas de Garabato se repiten una y otra vez las siguientes frases, separadas por un gran espacio vacío: “Una pausa. Un silencio.”
Vuelvo a Merton, y leo:
Dios me pronuncia como una palabra que contiene parte de su pensamiento.
Una palabra nunca será capaz de comprender la voz que la pronuncia.
(Semillas de contemplación) (en Fernández, 2007: 31).
Poso ahora mis ojos en párrafos de letras en cursivas que van cerrando el discurso de Garabato:
La hoja en blanco, Julia, la hoja en blanco. Ese abismo en donde yace la maldita tinta invisible de Él. Sí, amor, no existe el vacío. Lo que concebimos como nada, es donde existen más signos divinos; la hoja en blanco está plagada de escritura de Dios, como si fuera tinta invisible. Y nosotros, pensando en ese abismo como desafío, y los escritores luchando contra un texto que no ven. ¿No te parece una extraordinaria casualidad, querida Julia, que entre los ríos Tigres y Éufrates, allí donde dicen que estuvo el Paraíso Terrenal, haya estado también la cuna de la escritura?
…
¿Dónde estás amor? Quizás en el blanco que existe entre letra y letra, en ese vacío que elige de qué historias llenarse, porque el ojo que saquea la hoja no alcanza a ver ese universo que es la pausa y el engrane de otras finitudes.
…
Nunca ha sido la relación de un libro con su lector, Julia ¡Nunca! Es el libro quien lee otro libro. Pero, en un juego doble de espejos, la realidad siempre queda en medio. Entonces ¿a qué reflejo pertenece? (Castillo, 2014: 88-90).
Mi escucha-lectura ha derivado del diálogo que han entablado los epígrafes de los tres libros. El garabato de Leñero es un conjunto de cajas chinas, Garabato, de Castillo, ha sido una de sus cajas; libro que ha leído a otro libro, las letras de José leyendo las letras de Thomas Merton; y dentro de esa lectura, otra caja china ha sido un cuento de Octavio Paz; y en ella, ha habido otra pequeña caja más, que contiene unos versos de Lao Tse:
Treinta radios convergen en el buje de una rueda,
y es ese espacio vacío lo que permite al carro cumplir su función.
Modelando el barro se hacen los recipientes,
y es su espacio vacío lo que los hace útiles.
Puertas y ventanas se abren en las paredes de una casa,
y es el espacio vacío lo que permite que la casa pueda ser habitada.
Lo que existe sirve para ser poseído.
Lo que no existe sirve para cumplir una función (2007: 59).
Si como dice uno de los epígrafes de Garabato, “las letras son de Dios”, quizá por ello está Su esencia presente en cada una de estas obras que se han ido leyendo una a la otra, mientras yo, las escuchaba.
Sugiere Merton (2007) que Dios es pronombre y verbo, no nombre, no sustantivo.
El pronombre es suplemento del nombre, quizá entonces, la Letra, la Palabra, es el suplemento de nuestra ausencia, de nuestro vacío, y por ello el hombre, es, en esencia, imagen.
Los espacios vacíos, las pausas, los silencios, la hoja en blanco, la nada, son la paradoja de la plenitud más extraordinaria, la escritura de Dios; es ella nuestro origen, nuestro paraíso, nuestra realidad, nuestro reflejo.
Deseo que las imágenes, de estos mis garabatos hechos alfabeto, puedan llegar a ser un inmenso y profundo espacio vacío, pleno de silencio y de soledad.
Muchas gracias
Febrero de 2016
Mérida de Yucatán
Bibliografía
José Castillo Baeza, 2014, Garabato, Sedeculta, Conaculta, Yucatán.
José Manuel Fernández Carneiro, 2007, Las páginas más bellas de Thomas Merton, Monte Carmelo, Burgos.
Lao Tse, 2007, Tao te ching, integral, Barcelona.
Octavio Paz, 1998, “El ramo azul”, en María Canteli Dominicis y John J. Reynolds, Repase y escriba. Curso avanzado de gramática y composición, John Wiley & Sons, Inc., EUA, 333-336.
Vicente Leñero, 1985, El garabato, Joaquín Mortiz, SEP, México.
Ponencia leída en la presentación del libro Garabato, de José Castillo Baeza, el 17 de febrero de 2016, en la Facultad de Ciencias Antropológicas de la Universidad Autónoma de Yucatán.
[1] …presencia entre el Suplemento y la ausencia…