
Prudence did Fall
Ilustración por: Mario Guillén Ordoñez
Escrito por: David Mayoral Bonilla
Sin intención ni detenimiento, desvestimos al espejo. Le paseamos los besos por el vientre, le mordimos el cuello, hicimos gotear sus rozagantes jazmines que ardían. Tembló y jadeó aquél al mirarnos. Le sentimos celoso por su incapacidad de ser nosotros, por tenernos en su piel, y él permanecer frío al tacto, y nosotros fundirnos en el frío con el tacto.
Y se volvió nuestro confidente de sombras turquesa. Una llave te cayó cerca del pecho, y un prisionero rogaba por libertinaje desde mis adentros. Me comprendiste pecador cuando volteaste al espejo que te miraba con ternura. ¿Qué sabe él, sino cosas que yo he visto desbordarse de mis manos?
Nos habla en una lengua extraña, canta el himno de tiempos ya perecidos. Para silenciarlo, le haces ahogarse con el torbellino de mis labios y lo dejas quedarse ciego. Comprendo entonces al moribundo espejo. Me imagino siendo él, con mis contornos de lago, vacíos de ti, y me quiebro.
Mis besos son cadáveres sin la visita de los tuyos. El espejo te mira, criatura mágica, y no puedo evitar sentirme vivo, aunque las flores de mi tumba no las haya regado nadie jamás. Aquél que nos mira deja caer unas cuántas lágrimas al lavabo y comprendemos que él también podría recordar la falta que le harías si te vas.
No es tu reflejo, eres tú. Por eso no te encuentro en los ríos, ni en las esferas navideñas, ni en el plateado reflejo del compromiso, ni en los ojos de un recién nacido, ni en el charol de unas zapatillas que pasaron ayer por aquí. Si tu reflejo fuera, le pediría al espejo que viera mi mente, y no mis huesos; porque soy la noche, pero tú eres todo lo demás.
Todo lo demás eres tú: la envidia de mi venidera vejez, el anhelo sin voz de mi infancia, el antídoto de mi cólera, el terror de mis amaneceres y el reflejo de todo lo que soy sin ti. Una eternidad con una grieta en la curva, por donde se salen las posibilidades de no tenerte.
No tengo pena en verte el pasado desnudo y cubierto de mis huellas. Mejor le tengo miedo a tu compostura, antónimo de mis agallas. Estás ahí, en el filo del vidrio. ¿Dónde estoy yo en ti, en tu espejo? Creo que es más un pozo. Sume tu tacto en su cristalino espíritu, sé testigo de lo que no puede verse. Corre la misma carrera que el sudor en tu cintura, y siente el cansancio que me agobia al pensarte. Mírate caer al piso y escúchate resonar en toda la habitación. Eco de mis playas, entrégate con tu sal y tu marea a mí.
Si pudiera este espejo verse a sí mismo, no podría hacer más que desear mirar hacia otro lado. Pero míranos bien, amor, ¿por qué sigues besando al espejo sin besarme a mí? Del único que escucharás amor profeso, tiene un mazo en sus manos y rabia en los ojos. Si el espejo se va, amor mío, si se abren tus goteras del Edén, ¿encontrarías en mí un nuevo reflejo?
De ser así, abrázame fuerte, para que intente imitarnos. Que la fiebre le despostille los costados, que le exploten las venas, que se le vierta el cerebro por una oreja; que se le queme el alma, que su muerte sea mañana, que sus miedos sean los míos; que se arrepienta, que se humille, que admita su culpa, que le ataque la ansiedad al dormir y al despertar, que me odie, que te odie, que se quede sin palabras, que se quede sin ti. Que me deje amarte sin imitarme. ¡Que me deje soltar alaridos mientras ardo en tu sangre! ¡Mírame despojar mi propia piel para darte abrigo, dama de hielo! Detén tu palpitar en mi locura, ódiame con el corazón y el cuerpo enteros, y no el uno o el otro. Sé la siniestra figura de mis deseos, o déjame ser libre. Sin intención ni detenimiento, desvestimos al espejo. Vimos sus cicatrices, y decidimos volver a vestirlo.