Escrito por: Diego Torres Piña
A Jonatán Delgado Martínez
Sé como perderme en el humo,
arropado en la incertidumbre de la lengua,
puñalada en la pupila.
Todo hombre termina tejido en tu negrura,
maestra de la ausencia,
tan fugaz y temprano:
¿por qué poner tu mano en los labios de mi amigo?
Fundido en el metal está el recuerdo,
(Redoble de huella en cenizas,
compás monstruoso,
almuédano de metálico grito
con que forjaron las furias
en tinta y papel, sus flores.)
Siempre tan grave y seco:
el vacío es un bombo marcando en mi memoria,
un afilado latido.
Muerte al día,
su luz te guarda; estoy seguro,
asomándose, la oscura noche grita,
me roba el suelo,
pierdo el equilibrio somnoliento de mis ojos…
No veo más que una cantina vacía,
libro abierto,
pasillo ardiendo en miradas.
(El poeta emerge de la sombra,
camina descalzo sobre la página,
tiende la mirada al horizonte,
escucha al viento interpretar las ramas del ceibo
y deja echar la sonrisa… )
Su voz escapa del silencio:
“Me quito los zapatos,
con la columna cansada amaso el mar derramado
para volver hablar de poesía,
embriaguez, embriaguez,
la tónica furiosa de nuestro entendimiento.
…De las peripecias ya habló Aristóteles,
pero la acción la vida no se detiene.
Sigue la pista del verso,
aprecia el ritmo de tu pisada en el camino.
No lo olvides, no me he ido,
me quedo en quien descifró mi sonrisa.”
Hay frío de tanta mudez.
Marca la tónica furiosa,
mis cuerdas afinadas en memoria
seguirán tocando al ritmo de tu compás.