Fotografía: Maribel Alarcon
Escrito por: Diego Torres Piña
E xistencia. Nada más que tú leyendo. ¿Historia ?, ¿ficción ?, hay una línea en la cual me asomo a mis antepasados, pero quiero mirar para el otro lado y todo es neblina; nada puedo ver, salvo imaginar …
Escucho rumores de una tragedia en el paraíso. Cuentan que existe la perfecta salud e inocencia en Adán y Eva, pero esta última desobedece a Yahvé e incita a comer a Adán del fruto del árbol de la ciencia del bien y el mal. Por tanto, la humanidad está en un camino continuo, perpetuo para llegar a Dios …
El rumor se hace visible, más como un hilo jalando de mis oídos. Debe haber otro sonando porque mis ojos tiemblan de la nada. Es la única explicación que ahora me engaña para poder seguir escuchando, atento, trágico e hipnotizado.
Ahora se dice algo de un gorila, un chimpancé, mamífero vertical … en fin, un animal enfermo. Ha sabido adaptar a su organismo aquella verdadera enfermedad trágica: el apetito inacabable de conocer por el conocimiento mismo. Aristóteles dice: Todos los hombres se empeñan por conocer y según lo que escuchó, Esta fue la causa que llevó a Eva a cometer el primer pecado. Nuestra propia esencia ha provocado esta caída del hombre, cuenta un Spinoza.
Ante aquel temblor de mis ojos hay una enorme necesidad de conocer para vivir, la misma ciencia está al servicio de la vida, del instinto de conservación. Así como por medio del lenguaje te planteo una realidad y verdad en esta pequeña hoja, así la razón hace lo mismo con el mundo perceptible, pensar resultante hablar lo mismo.
Otro síntoma brota violentamente: como si otro hilo me jalara del corazón hacia la muerte; en ese forcejeo mi mente escapa, no encuentro soportable que la muerte sea la aniquilación de la conciencia personal. Lejana se escucha una melodía contando sobre la inmortalidad y Dios. El instinto de conservación hace más suave el nudo que ata mi corazón. Pero no contento con esto, pienso y pienso como alguna vez lo hicieron los hombres que pensaron la filosofía y trato de encontrar el punto de partida. La misma voz me cuenta de la idea, de la esencia, del espíritu, pero yo quisiera seguir viviendo…
Me encuentro con el problema de la inmortalidad del alma, el de mi propio porvenir. Trato de convencerme o trato de engañarme violentando a la propia naturaleza humana: pienso, pero no lo hago por el simple hecho de pensar ˗˗lo sé˗˗ sino por el hecho práctico que ahora me cuenta aquel rumor: “sólo queremos saber de dónde venimos para mejor poder averiguar a dónde vamos”. ¿Y qué camino sigo?
No hay otra alternativa que seguir escuchando desesperadamente aquel rumor que me llega desde el librero en mi cuarto, desde la cocina me han arrastrado sus hilos, me arrastran y lo siento en mi carne, pero a la vez pienso en lo que me ha dicho: “vivir es una cosa y conocer es otra”, ¿todo lo vital es irracional o antirracional?, ¿todo lo racional es antivital?
Se está dando una enorme gesta entre mí y el poderío que me jala a mi cuarto, los hilos están tensados con gran fuerza. Me llega un cogito ergo sum…su sonido se desmantela, me parece tan lejano e inhabitable.
Al fin me han jalado hasta el librero para chocar con el sonido más grave: sum, ergo cogito . Me parece familiar y cercano. Soy y no puedo dejar de sentir mientras me hago preguntas. “Quieres, luego eres” me dice un libro, pero ahora creo que en el fondo me lo grita aquel hombre Unamuno, muerto hace muchos años. “Y es que esta ansia de inmortalidad ˗˗me hace la pregunta la voz sepulcral˗˗, ¿no será acaso la condición primera y fundamental de todo conocimiento reflexivo y humano?”. El jaloneo de los hilos se lleva el último aire de mi carne. Me quedo en silencio … (El verdadero punto de partida que dio inicio a todo libro y al hombre Unamuno que aún resuena con un eco vivo, es el hambre por la inmortalidad personal, persistir, así como lo hiciste hasta llegar a mi punto final )