Fotografía: Scarlett Ramírez
Escrito por: Denisse Rios
E ntre nube y nube, lo que más esperaba esa noche, era ver a la Luna. La niebla era espesa, no había señal alguna de luz en el cielo.
Entonces me senté, esperando un viento que lleva cualquier obstáculo puesto entre mi propósito y yo. El pasto me regaba con el agua helada que había perdido en sus hojas. Miel de sereno. Cuando alguien quiere descubrir o descifrar algo con tanta insistencia, puede llegar a cansarse, volar, divagar.
Y sí, divagué. Las nubes nocturnas también pueden tener formas de distintos tamaños, de matices de gris, de café, de realidad, de fantasía. Tal vez una estrella fugaz, tal vez de la ilusión de finalmente ver a la Luna.
La impaciencia empezaba a comerse mis uñas … un sabor amargo invadió mi lengua y me llevó a lo más remoto de mi infancia. ¿Pasto? Se debe haber dejado enterrado entre mi uña. ¡Arrancarlo me duele!
Intento de ponerme pastel, pero la tierra tiró de mis piernas y volví a caer. Miré al cielo … la Luna me sonreía, mandándome un viento que movía mi cabello. Largas ramas colgaban de mi cabeza, sin hojas, sin flores. Vacías
Miré de nuevo al cielo, con los brazos de madera, las piernas de pura leña. Un grito se arregló de mi garganta, triste, ahogado, dirigido a la sonriente:
– ¿¡Voy a florecer !?
– Sólo en primavera …
Y así, mis labios se convirtieron en un tronco seco, esperando algún día ser flor.