Ilustración: Kayleigh Martin Esquivel
Escrito por: Silvia Manzanilla Sosa
La totalidad de la vida humana, a nivel personal y colectivo, se organiza con base en un amplio abanico de géneros discursivos muy diversos, que van desde los más simples –como el chiste o el insulto– hasta los más complejos –como el reportaje periodístico o la novela–. No obstante su gran heterogeneidad, podríamos dividir los géneros en distintos grupos: orales y escritos, primarios y secundarios, de la cultura y artísticos, etc. Los orales coinciden en buena medida con los primarios, y los escritos, con los secundarios. Dicho de modo un tanto apresurado, la diferencia fundamental entre estos grupos sería que los primarios u orales pertenecen a la esfera de la comunicación inmediata, mientras que a los secundarios o escritos les competen formas de comunicación cultural más compleja o normalizada. Cada día, a todas horas, en cualquier sitio, hacemos uso de numerosos géneros: saludamos a los amigos, cantamos canciones, contamos anécdotas, dialogamos con la gente, elogiamos a quienes admiramos, desprestigiamos a quienes nos caen mal, nos defendemos de aquellos que nos difaman, escribimos cartas por correo electrónico, leemos novelas, vemos comedias en el cine, en la tele o en el teatro, etc. Por ello, no resultaría exagerado afirmar que nuestra comprensión del mundo y nuestra interacción con las demás personas dependen por completo de los géneros.
Pese a lo anterior, el estudio de los géneros ha sido poco atendido y, hoy por hoy, ha caído en el desprecio o el descrédito. En el ámbito específico de las artes, y más concretamente en el del arte verbal –eso que llamamos literatura–, tal desprecio y tal descrédito se manifiestan en la idea, todavía bastante generalizada, de que las obras de arte se caracterizan por “romper géneros”, por lo cual resulta ocioso prestarles atención a éstos. Para esta corriente de pensamiento, heredera del Romanticismo decimonónico, los géneros artístico-literarios son moldes rígidos que restringen o coartan la libertad de la imaginación creadora. Al respecto, conviene no perder de vista que el Romanticismo surgió como respuesta a las concepciones retóricas o preceptistas de las artes, que reducían los géneros literarios a un conjunto de reglas y normas que el creador debía acatar. Desde semejante óptica los géneros literarios serían, por supuesto, restrictivos y coartadores de la imaginación creadora. Es importante enfatizar que se trata de una visión empobrecida de los géneros literarios –las hay peores, claro, pues algunos siguen repitiendo que los “géneros” son tres: épica, lírica y tragedia–. Sin embargo, como lo han demostrado teóricos de la literatura como Mijaíl Bajtín o Luis Beltrán Almería, contrario a lo que suele creerse, los géneros son flexibles, abiertos –por eso admiten combinarse entre sí, sin tener que “romperse”– y poseen un sustrato vital que los distingue.
El siglo XX produjo nuevas corrientes del pensamiento literario que fueron más bien actualizaciones de concepciones retóricas ya conocidas; dicho esto sin restarles méritos a algunos aciertos y algunas contribuciones de, por ejemplo, el formalismo ruso o la narratología. El formalismo ruso, que se erigió como respuesta necesaria a la crítica impresionista y al positivismo historicista, revitalizó los estudios de poética, pero su noción de forma artística como un simple trabajo “especial” con el lenguaje le impidió ir más allá y rendir mejores frutos. Por fortuna, junto con estas corrientes han existido otras que han intentado dejar atrás las concepciones retóricas, románticas e historicistas. Algunas de ellas han vuelto a poner en el centro del debate el problema de los géneros discursivos: su caracterización, su proceso de conformación, la dinámica de sus combinaciones e intercambios, el alcance de su dimensión artística, su papel como herramienta vital para la humanidad, etc. Es el caso de la poética histórica o la estética literaria.
La corriente que aquí identifico como estética literaria es continuadora de la poética histórica bajtiniana y de ciertas ideas formuladas por Giambattista Giraldi Cinthio, Friedrich Schlegel, Novalis, Friedrich Schiller, Walter Benjamin, György Lukács, René Wellek, y Benedetto Croce, entre otros. Bajtín y Beltrán Almería –a quienes mencioné líneas arriba– han explicado, cada cual a su manera, que a las numerosas esferas de actividad humana les corresponden repertorios de géneros discursivos cuyas riqueza y variedad se diferencian y ensanchan conforme esa esfera se desarrolla y se complejiza. Además, de acuerdo con ambos teóricos, los géneros pueden adquirir una enorme gama de sentidos, emanados de las diferentes visiones de mundo que los seres humanos han elaborado durante siglos: desde la Prehistoria hasta la actualidad. Por decirlo de modo muy simplificado, los géneros son susceptibles de ser orientados por las líneas estéticas que ha conocido la humanidad: el grotesco –con sus vertientes festiva y de la crueldad–, el didactismo –con sus vertientes de la risa y de la seriedad–, el patetismo, la sátira, la parodia, el humorismo, el simbolismo, etc.
En esta breve nota he intentado mostrar que la relevancia del estudio de la dinámica y los intercambios de los géneros discursivos secundarios, y su relación con los primarios, es una tarea pendiente del pensamiento literario. De igual forma, he tratado de registrar a algunos pensadores que han echado la simiente que podríamos abonar y procurar con miras a que, en un futuro no tan distante, ese singular fenómeno llamado literatura, o arte verbal, vuelva a tener el peso que tuvo alguna vez como recurso valiosísimo de la imaginación humana. Gracias a él la humanidad se representa a sí misma, a escala colectiva, en cada una de las etapas de su recorrido a través de los siglos, y se prepara para enfrentar la incertidumbre de los retos del mañana.