Escrito por: Ligia Aguilar
Al reflexionar acerca del tema que hoy nos ocupa y mi pertinencia en esta mesa, hube de hacer una revisión acerca de cuáles han sido mis participaciones, mis acciones y mis lecturas. He de aclarar primero que mi formación es dancística, que mi hacer es resultado de un pensamiento que asume y se mezcla con las experiencias y necesidades corporales, en primer lugar con las mías, seguidas de las de todas aquellas personas cercanas a mí, estudiantes y alumnos de los diferentes niveles con los que trabajo. Hablaré por tanto desde la experiencia del cuerpo en un tránsito entre lo danzado y lo teatral, y las lecturas de estos cuerpos.
Me pregunto y les pregunto ¿la danza y el cuerpo se leen? Hay libros acerca de la danza, del cuerpo en la escena teatral, los hay técnicos y de teoría; hay también para niños, con dibujos animados que cuentan la historia de la danza y del ballet o que cuentan la historia de algún de ballet famoso, como “El cascanueces”. Los hay también bibliográficos y otros que abordan la metodología de ciertos creadores como Mi vida de Isadora Duncan, El arte de hacer danzas de Doris Humprey, La Coronela de la danza Mexicana, acerca de la vida y obra de Walldeen, etc.
Pero vuelvo a preguntar ¿la danza se lee? Y me refiero aquí a la experiencia de la contemplación y de la apreciación. La danza nos entra por los ojos: la experiencia kinestésica del ejecutante es percibida a través del sentido de la vista, se mezcla con el cúmulo de experiencias previas de los espectadores y se hace una interpretación de lo visto, es decir se lee. La Real Academia de Lengua Española dice en una de sus acepciones que leer es “descubrir por indicios los sentimientos o pensamientos de alguien, o algo oculto que ha hecho o le ha sucedido”. Por ejemplo, “puede leerse la tristeza en su rostro”, “me ha leído el pensamiento”, “leo en tus ojos que me mientes”.
Tanto la danza como el teatro se expresan con el cuerpo. El lenguaje del cuerpo y sus códigos cambiarán según la técnica corporal elegida y las ideas estéticas que se quieran plantear, y es desde las propias experiencias del que mira, que se leerá lo que se pueda y otras veces lo que se quiera leer. Pero, ¿qué es lo que se lee o sabemos leer? O quizá deba preguntar ¿qué es lo que nos han enseñado a leer o qué es lo que queremos expresar y cuáles son los signos que transmitimos, ya sea consciente o inconscientemente?
Los actos de extraordinaria destreza que admiramos en el ejecutante actor o bailarín, o en el actor –bailarín develan la simpatía hacia lo altamente especializado, nos muestran el deseo que guardamos por trascender nuestras propias limitaciones físicas, y eso está bien, pero no tanto, me explico. El cuerpo desarrollado a un alto nivel de virtuosismo implica un sometimiento y una violencia ejercida hacia el mismo y en algunas de estas técnicas (como en el ballet) los códigos estéticos con los que se expresan tienen poco que ver con los cuerpos y con los pueblos de nuestras latitudes. La idiosincrasia en la que se desarrolla está muy alejada de la nuestra y sin embargo, ¿qué es lo que nos hace sobrevalorar estas técnicas y estéticas que de forma tan silenciosa continúan con la historia de sometimiento y de conquista sobre nuestros pueblos, nuestra cultura y nuestros cuerpos?
¿Cuántos de los de aquí presentes pensamos que el cuerpo es mente? ¿O cuántos al menos lo han escuchado decir?, ¿cómo es que piensa un cuerpo sometido constantemente? ¿Piensa? ¿Cuántas veces hemos visto el estereotipo del deportista de alto nivel pero con un bajo nivel de capacidad de reflexión? Es verdad que ahora se sabe que hay diferentes tipos de inteligencia que nos hacen aprehender de modos distintos, es decir, la palabra aprehender significa percibir. Entonces, en un cuerpo acostumbrado a la exigencia para sobrepasar sus propios límites, ¿se ha dejado de percibir el dolor o es que lo escucha y hace caso omiso de él? La mayoría de las veces, se han cambiado los códigos y la señal de dolor es vista como placer. En la actualidad violentar al cuerpo para conseguir su virtuosismo está sobrevalorado y es incluso digno de admiración.
Desde estas reflexiones es que deseo plantear otras consideraciones. El teatro y el arte en general, surgen desde la creatividad y desarrollan el pensamiento creativo. Queremos seres creativos y reflexivos, de pensamiento e ideas libres, queremos cambiar la violencia por el respeto, pero seguimos en el camino opuesto cada vez que difundimos estos valores y códigos de belleza, ya sea a través de la enseñanza o a través de la puesta en escena. Por esto considero necesario jugar con el teatro y tomar el juego como experiencia y como metodología creativa. El juego no sólo es divertido, sino es sumamente valioso por la espontaneidad con la que participamos en él. La capacidad de gozo durante el juego nos abre posibilidades para conocernos de otros modos distintos y de escucharnos, cada sensación es percibida, reconocida y tomada en cuenta. Esto poco a poco nos llevaría a encontrar nuevas formas de expresarnos y nuevos códigos al hacer teatro, lo que implicará lecturas nuevas, diversidad de expresiones y el ejercicio de la creatividad construida sin violencia y desde nuestra identidad.