Ilustración por: Javier Córdoba Alamilla
Escrito por: Julián Zárate Ojeda
I.
Nos es posible interrogar los vínculos entre literatura y filosofía sin vérselas con las palabras del viejo Platón, que en el libro X de su República, al admitir la necesidad de restituir a los poetas su lugar en la polis ideal, reconocía un antagonismo atávico entre ambos discursos. Dice el Sócrates platónico: Esto es lo que quería decir como disculpa, al retornar a la poesía, por haberla desterrado del Estado, por ser ella de la índole que es: la razón nos lo ha exigido. Y digámosle, además, para que no nos acuse de duros y torpes, que la desavenencia entre la filosofía y la poesía viene desde antiguo.[1]
¿Cuál es esa índole de la poesía que, a la razón (del filósofo, claro está) le «exige» expulsar a la poesía del Estado ideal sólo para readmitirla unos cuantos pasos después? ¿Cuál es el significado de este gesto de exclusión provisional? ¿Qué posibilita la posterior inclusión de la poesía en la polis?
Estas interrogantes, que han sido y siguen siendo reformuladas en la historia del pensamiento, ganan claridad, me parece, cuando son situadas en el panorama general del nacimiento de la filosofía como práctica discursiva en la Grecia clásica.
II.
El gesto fundacional con el que nace la filosofía ocurre como en un juego de espejos: La filosofía, que nace analizando y desmarcándose de oras prácticas discursivas, construye al otro en el cual verá reflejada su propia imagen. Es decir que la filosofía se desdobla para construir su identidad. En ese desdoblamiento, la poesía juega un papel preponderante.
Si la figura del juego de espejos es adecuada, este complicado proceso de definiciones y redefiniciones en busca de delimitar una imagen propia y de lo otro, puede tener lugar tanto desde la filosofía como desde la literatura o desde cualquier otro ámbito discursivo.
Quiero decir que la filosofía se auto comprende mediante la definición de, por ejemplo, la literatura y de su deslinde[2] parcial o cabal de ella[3]; pero, a su vez, la literatura puede perfilar una imagen de la filosofía como parte de un ejercicio de autocomprensión análogo al desplegado por la filosofía; de tal suerte que el proceso de delimitaciones, identificaciones y deslindes entre prácticas discursivas puede no tener un contorno preciso, como de hecho ocurre con las imágenes que reflejadas en espejos enfrentados.
III.
Esto es lo que ocurre, en efecto, aunque veces se ha tratado de explicar que la génesis de la filosofía debe entenderse como un tránsito entre la racionalidad mítica de los poetas y el logos filosófico; tránsito que implicaría una sustitución de la una por el otro. Es imperativo, sin embargo, de enriquecer esa lectura.
El gesto con el que la filosofía nace en la Grecia de los siglos VI y V a.C. es, me parece, más hondo y complejo e implica un posicionamiento frente a y junto con otras formas discursivas, como la poesía, que le son cercanas y de las cuales no sólo quiere desmarcarse sino, también, apropiarse.
La diferenciación entre mythos y logos no debe plantearse en términos de una oposición excluyente; y mucho menos debemos ceder al impulso simplificador de presentarla como un proceso de sustitución mediante el cual el logos filosófico hubiera clausurado y reemplazado al mythos de la tradición poético-religiosa.
La comprensión de mythos por oposición al logos es un efecto y no una causa de la emergencia del discurso filosófico
Lo que una lectura atenta de los textos antiguos nos revela, en cambio, es una transformación en la imagen de la sabiduría y del hombre sabio con la aparición de los primeros filósofos que se reconocen como tales. Sólo así puede entenderse que, mediante un complejo proceso de crítica, depuración y apropiación haya terminado por surgir un artefacto discursivo como el «mito filosófico» que encontramos ya presente desde el inaugural poema filosófico de Parménides hasta en tantos lugares de la obra de Platón.
IV
En efecto, los registros que conservamos del uso del término mythos con anterioridad a las elucubraciones de los filósofos presocráticos nos dejan ver que el campo semántico de la palabra estaba constituido, en su nivel más básico, por el simple hecho del habla. El vocablo mythos designa ya en la poesía homérica una forma discursiva cuyos signos distintivos eran la autoridad y la eficacia. Mythos nombra, por consiguiente, el discurso investido de autoridad de los héroes homéricos.
Es por ello que ya Jenófanes, Platón, Heráclito, Aristóteles y el conjunto de los primeros filósofos reconocieron la necesidad apremiante de poner a competir sus propuestas pedagógicas e intelectuales con las ya consagradas obras de los poetas mayores y menores.
La poesía, y particularmente la poesía cargada de elementos mitológicos, cosmológicos y/o escatológicos, es, naturalmente, el primer y principal gran rival de la filosofía en el momento de su nacimiento en la Grecia Antigua.
Así, cuando en el libro X de la República Platón refiere que «la desavenencia entre la filosofía y la poesía viene desde antiguo»[4], es importante entender esa desavenencia no como una oposición radical y excluyente, sino como una rivalidad que, como acabará siendo el caso, no apunta a la supresión del rival sino, reitero, a su redefinición a partir de los propios intereses.
Los primeros filósofos no rechazan pues el discurso poético, sino que crean artefactos discursivos que rivalizan con los elaborados por los grandes poetas de la tradición. Jenófanes, Parménides y Empédocles escribieron célebres y elaborados poemas filosóficos sin dejar por ello de referirse crítica y hostilmente a la labor de los grandes poetas que les precedieron.
Y aunque estos pensadores inician una tradición de intelectuales que favorecerán la prosa para plasmar sus teorías, no es este el rasgo más importante a la hora de tratar de articular su singularidad en términos de una emancipación del discurso filosófico de con respecto al mythos; pues no resulta posible trazar una nítida delimitación entre el discurso mítico de los poetas y el logos de los primeros filósofos[5]. Pero sí, en cambio, a éstos últimos los caracteriza una suerte de actitud crítica y reflexiva ante el conocimiento proveniente de la tradición religiosa.
Notas
[1] 607b.
[2] Retomo el término de ese trabajo complejo y erudito emprendido por Alfonso Reyes en El deslinde.
[3] Como ocurre, por ejemplo, a lo largo de la obra platónica en la que la caracterización del discurso poético y del saber y la práctica de los poetas es esencial para, por contraste, entender el discurso filosófico y la práctica de la filosofía.
[4] República. 607b.
[5] Lo ha señalado con claridad A. W. Nightingale «Sages, sophists, and philosophers: Greek wisdom literature». En: Taplin, Oliver (ed.). Literature in the Greek and Roman Worlds: A New Perspective. Oxford: Oxford University Press, 2000. pp. 156-191.