El para qué y el para nada de la formación universitaria

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Alpie, No. Conmemorativo

Al Pie de la LetrJAVIER ALAMILLA

Ilustración por: Javier Alamilla Córdoba
Escrito por: Juana Mateos de la Higuera García-Uceda

Una de las principales preguntas que nos hacen en la Universidad es para qué sirven licenciaturas como Lengua y Literatura Modernas. Son licenciaturas a las cuales parece que les cuesta participar en la resolución de problemas sociales actuales, que no son lo suficientemente prácticas para obtener remuneraciones económicas y reconocimientos sociales a la altura de las expectativas que nuestras comunidades nos exigen. En general, es una pregunta que deben responder todos los estudios que se centran en las humanidades. Sin embargo, ese para qué es, en realidad, una pregunta ilógica, casi absurda: preguntar para qué sirven la literatura o la lingüística es como preguntar para qué sirve el hombre. Para qué pensamos, para qué reflexionamos, para qué somos felices, para qué… Narra el poeta colombiano Ángel Marcel, que en 1997 preguntaron al escritor portugués José Saramago: “¿Para qué sirve la literatura?”, y este contestó: “Para nada”. Esta respuesta, tan brillante como provocadora, es idónea también para la pregunta: “¿Para qué sirve la humanidad?”; “para nada” porque el para qué sirve necesita de nosotros algo que sea valorable de forma material en su respuesta.  Los resultados de la literatura y la palabra no son  tangibles, podemos saber el costo de una obra literaria, pero no el efecto total que esta obra produce en su creador ni en sus lectores.

La literatura sirve para “comprender mejor esa cosa tan rara que somos los humanos”, continúa Saramago al hilo de la pregunta, y es que la literatura, a través del lenguaje, ha conseguido una de las más brillantes creaciones del hombre, siempre lo ha hecho plasmando en ella lo que nos transciende, de lo individual a lo colectivo, siendo transversal entre el pasado y el futuro.  Si permitimos que esa comprensión de lo humano no sea considerada útil, daremos el sentido opuesto al que tenía la respuesta “para nada”, daremos la razón a los que buscan la rentabilidad monetaria como único fin válido de las creaciones humanas y se la quitaremos a quienes defienden la importancia de la reflexión, de la crítica, de la comprensión y la aceptación del o de lo otro, de en definitiva una comunicación  válida, en la que ninguno de los implicados participará sólo como oyente.

Y ante el verdadero valor del “para nada” es donde los especialistas deben estar preparados. Los especialistas en lengua y literatura deben ser los encargados transmitir de ese valor a través de lo que tan fríamente se llama las salidas laborales. Por un lado la educación universitaria debe garantizar la capacidad de los egresados para el enriquecimiento del pensamiento. La base humanista de una institución como la Universidad Modelo debe permitir que nuestra educación esté centrada en la formación integral del individuo que favorecerá su incorporación como ciudadano crítico y responsable al mundo profesional. Los conocedores en estas áreas han de poder acercar esa capacidad de apreciación a la sociedad en la que se desenvuelven. Los distintos ámbitos en los que se moverán, ya sea en espacios públicos como privados, dedicados a la investigación, a la educación, a la corrección de textos, a la promoción cultural o  a cualquier otra experiencia laboral en la que se desarrollen, deben ser espacios donde su opiniones demuestren el respeto a la humanidad que ellos han conocido a través del entendimiento de su lenguaje y sus letras.

Esa función de intermediarios ha de ser llevada a cabo sin arrogancia, que es sin duda, uno de los grandes defectos que tiene que soportar nuestra sociedad de ese grupo, cada vez más difuminado, que son los intelectuales, al que se suelen incorporar los profesionales de letras. Que el día de hoy gran parte de los especialistas sean personas que para la colectividad, parezcan más miembros de un clan, cuyo vocabulario secreto es inaccesible y reflejo de su lejanía, es fruto de la falta de naturalidad a la hora de transmitir el conocimiento; causa también de la desautorización que los profesionales han ido sufriendo al ser incapaces de transmitir la necesidad del “para nada” en un desarrollo más honesto de la sociedad.

Pero a contra corriente frente a las presiones sociales que invitan a los jóvenes a estudiar carreras más técnicas , nuevas generaciones de profesionales siguen incorporándose a este trabajo, y es más que probable que sean estos nuevos especialistas los que consigan abandonar esas distancias que nunca debieron existir y poder avanzar con mejores resultados en conocer “esa cosa rara que somos los humanos”.

 

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