La migración del texto

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Alpie, No. Conmemorativo

Al Pie de la LetrKAYLEIGH MARTIN

Ilustración por: Kayleigh Martin Esquivel
Escrito por: Ricardo Rodríguez Alemán

 

I

Su ámbito primigenio es el muro público, con el mensaje que emite el poderoso dirigido al viandante. Se trata del texto, una herramienta de comunicación de evolución azarosa. Estas líneas proponen algunas pautas para describir una de sus transformaciones más recientes. En ellas, además, he entreverado algunos apuntes sobre las letras mayúsculas, protagonistas y metáforas de este trayecto.

II

La palabra “TOTAL” aparece ostentosa al fondo de las tablas de contabilidad, con mayúsculas, con tres astas verticales que cubren a todo lo alto el renglón, sin que ninguna gramática o diccionario sancione este uso. Por su parte, cada registro contable y cada inventario remiten a los antecedentes del texto escrito. Este uso de los signos gráficos es meramente referencial, comunica que se embarcaron cinco vacas y no pretende que el destinatario se alegre por ello, o que polemice, ni siquiera permite añadir la pregunta “¿todas llegaron vivas?”. Quizás después el derecho adoptó esta herramienta y la enriqueció, quizás fueron los educadores.

El texto, donde es posible integrar más funciones comunicativas, llega después, y seguramente tuvo muchos usos: la comunicación interpersonal, las leyes y muchas otras. Desgraciadamente la abrumadora mayoría de los primeros textos se realizaron con materiales perecederos: madera, láminas vegetales y tiza. Las evidencias históricas dejan un enorme hiato que es llenado por los testimonios que sí quedaron resguardados en piedra. Y el texto en piedra es una de las expresiones favoritas de la antigua propaganda.

III

Las mayúsculas que utilizamos en español son el legado milenario de las inscripciones funerarias romanas. Inscripciones en latín que comunicaban a la calle abierta no sólo el nombre del muerto, sino también sus méritos, sus logros, las deudas que la república contrajo con él y su filiación con sus descendientes, los auténticos emisores de esos textos. Signo que territorializa el espacio público y organiza el entorno visual del viandante, que comunica el poder y la dirección que éste sigue, que matiza la publicidad del espacio. “Soy del público, pero no en proporción homogénea, soy espacio público en virtud de las proezas de este héroe; soy del público, pero con deferencia hacia los deudos del prócer”, tal es el mensaje de la inscripción pública.

Una expresión más violenta se registra en las inscripciones mayas del llamado Periodo Clásico. En Edzná como en Ek Balam pueden identificarse las imágenes de los caudillos principales en las estelas. Junto a estas figuras, pero en un tamaño menor, aparecen las representaciones de sus enemigos derrotados, de las fechas de sus victorias, de las ciudades que fueron arrasadas por su puño. Es una presunción (a veces una exageración), pero también una advertencia. “Este espacio público les recuerda el poder de nuestro Ahau, el alcance de sus lanzas, su lugar en la historia, su capacidad para determinar la vida y la muerte”. Propaganda, pues.

IV

Las mayúsculas latinas se distinguen por sus trazos verticales, esas poderosas astas que en la “P” o la “T” atraviesan toda la línea de escritura y zanjan verticalmente la línea de texto. No sólo evocan el dramatismo de las inscripciones funerarias latinas, también remiten a las rebosantes capitulares de los libros medievales. Algunas minúsculas como la “b”, la “t” o la “d” también se distinguen por su verticalidad, pero ésta es atenuada con rasgos menores y suaves.

El libro de la edad moderna requiere expresiones de autoridad menos conspicuas. Libre de pedrerías y materiales ostentosos, encierra un valor inaccesible e incomprensible para el vulgo: escrito por sabios, elaborado por artesanos de obras meticulosas y cuidadas, comerciado por burgueses con hábitos y modos de aristócratas. La aventura empresarial de la publicación depende de la fe aspiracional del lector, de su sed del prestigio que manan del autor y de las artes de sus páginas. El vector que impone la comunicación libresca es vertical, encarna el prestigio potencial en el comercio del habitus, y por ello sólo puede comunicarse de manera descendente.

En este entorno, como un hijo adoptado, la literatura comienza a apropiarse del texto.

No es la primera vez que un código es desterritorializado. Antes de la poesía está la música, y mucho antes, la danza. La poesía es cantada o recitada y sólo después es transcrita. La narración pertenece a la escena y su espacio natural es el verso y la emoción del encuentro del actor con el público. Incluso entre los griegos el ritual sigue prevaleciendo, los sacerdotes también abren una nueva territorialidad en el texto sagrado y los fieles contemplan los versos sagrados con devoción.

En vísperas de la aparición de la imprenta, el libro ya se había convertido en el vehículo que ha servido al texto en tres expansiones monumentales de su territorio. La primera es espaciotemporal. La longevidad de la lápida funeraria del romano sólo es parcialmente definida por la durabilidad de la piedra, su soporte. El vehículo más eficiente para transportar ese mensaje a épocas más distantes siempre es su participación social. Un cuerpo social que no sólo resguarda el soporte material, sino que lo dispersa en soportes nuevos, lo distribuye en nuevos territorios (geográficos y lingüísticos) y que preserva los códigos necesarios para interpretarlo. La segunda es estructural. En el libro, como sólo ocurrió de manera superficial en la palabra cantada y recitada, se desarrollaron géneros, formatos, pautas de lectura y escritura, recursos para escribir nuevos libros, recursos para aprender a leerlos. Esta nueva densidad es una herramienta poderosa cuyos efectos transformaron todos los ámbitos del conocimiento. Ya no sólo se registran en libros las observaciones sobre el mundo; ahora se confía en los libros para consultar sus propiedades no observables. La tercera expansión ocurre en la periferia del contenido; ya no son sólo algunos nobles y gobernantes los que invierten tiempo y recursos para participar del universo del libro. En una gran cantidad de naciones surge estratos sociales enteros que basa su subsistencia en estrategias que sólo pueden aprenderse en libros. Empresarios, industrias extractivas, dinero del Estado, puestos honoríficos en universidades e institutos: los contextos de riqueza económica y reconocimiento de estatus basados en las habilidades asociados al libro copan la sociedad burguesa.

Incluso en tipografías románticas, al amparo de estéticas que rehúyen del grosero auge del capitalismo temprano, los trazos laterales de la “O” o la “G” son verticalizados y robustos. La verticalidad de la mayúscula es una marca de estatus discreta, pero efectiva.

VI

“Versales” es otro nombre con el que se conoce a las letras mayúsculas. Proviene del Renacimiento temprano, cuando los primeros libros impresos de poesía, en Florencia y Venecia principalmente, se componían de modo que la primera letra. Esta convención ilustra el surgimiento de la industria editorial: un periodo en el que el empresario es artesano, librero, inversionista de riesgo, erudito catalogador. Como ésta, cientos de convenciones darán forma al libro moderno: índices, márgenes, párrafos, signos de puntuación, subrayados, títulos y muchos otros elementos. Es un proceso que comenzó en Alemania, alcanzó su madurez en Venecia y que llegaría a su madurez en Francia, donde se publicarían manuales exhaustivos que detallarían normas precisas de ortografía, puntuación, tipografía y composición.

Más adelante, cuando la linotipia se perfeccionó, los tipos de plomo que sirven para imprimir las minúsculas se guardarían en una caja ubicada en el mismo nivel de la mesa del linotipista, mientras que la caja de las mayúsculas se ubicará en una repisa superior. De este modo surgió la tradición de llamar a las mayúsculas “letras de caja alta”, o “altas”.

Que los impresores de distintas latitudes de Europa hayan confluido en esta normatividad refleja la expansión de esta industria a partir del poder que el texto impreso alcanzó en el capitalismo temprano. No sólo es que la naciente burguesía tuviera necesidad de robustecer su capital social e intelectual, sino que el libro impreso se convirtió también en uno de los vehículos de entretenimiento y expansión personal más activos. El libro de literatura nace en estos siglos, en una porción significativa a partir de las tradiciones previas, pero también en gran medida como derivado de las prácticas de estos protagonistas del capitalismo temprano y de los gustos y aficiones de un público diverso y voluble.

VII

Carlos Linneo es un protagonista de la historia de las mayúsculas. El broche de oro de su sistema de clasificación de los seres vivos es el nombre de la especie, compuesto por el género, con mayúscula inicial, y la especie, en minúscula: Homo sapiens. La versal linneana comunica la jerarquía de lo general sobre lo particular, determina una primacía y territorializa la forma de vida que es designada dentro de un universo amplio pero ordenado de divisiones y apartados. El nombre sirve a dos fines: designa y confina.

Una de las herramientas más poderosas del conocimiento humano surgió en la confluencia de estas tres condiciones. La estandarización de las convenciones librescas, los sistemas complejos de clasificación basados en nombres y la preponderancia del autor en la industria editorial son bases robustas para el texto académico. Curiosamente el punto de partida de este género es una ficción: la existencia de un lector omnímodo quien ha leído todos los textos del tema de su lectura y tiene a su disposición una biblioteca infinita en la que puede consultar de manera inmediata las referencias que el autor inserta para sustentar sus tesis. La sobrevaloración del acervo del lector significa, al mismo tiempo, un desinterés por su individualidad, un trazo territorial que sitúa al emisor en una situación de privilegio y al receptor en el terreno de la subordinación.

Es necesario reconocer que esta disposición inequitativa resultó exitosa. Las convenciones de los géneros expositivos, en combinación con el sistema de citas y referencias (que también entraña sus códigos de mayúsculas y minúsculas) han devenido el motor del desarrollo científico y tecnológico de los últimos 300 años, sin dejar de lado el gran impacto que ha tenido en los ámbitos sociales, legales y artísticos.

La literatura también está vinculada a las ficciones del autor y del lector en una relación unidireccional. En el extremo del receptor del texto se sitúa un personaje desprovisto de particularidades, definido por el aparato que constituye el cuerpo literario de su época: los libros que sí se leen, los autores que son reconocidos por otros autores, las inflexiones estilísticas de moda, los autores del pasado que son reconocidos en el canon. En el otro extremo, en el superior, la literatura ofrece al autor un repertorio de opciones: más estrecho en las fases tempranas del capitalismo, en su máxima apertura tras el auge de las vanguardias.

La trascendencia de estas ficciones y del vector de comunicación vertical que configuran es tan relevante que a partir de ellos se han configurado los esquemas de los medios de comunicación que les han sucedido, desde la radio hasta el cine y la televisión. Este modelo de un núcleo productor y una periferia consumidora es tan poderoso que son escasas las obras de ciencia ficción del siglo XX que no lo consideren como el eje de la comunicación de las narraciones situadas en el futuro.

VIII

En código ASCII las letras mayúsculas están comprendidas entre el número 65 (que equivale a la “A”) y el número 90 (“Z”). Introducir mayúsculas y minúsculas en lenguajes de cómputo, que las máquinas pudieran considerar al mismo tiempo la identidad de su valor y los contextos en que deben ser diferenciadas sigue produciendo errores en portales y aplicaciones.

Durante varias décadas los ordenadores sólo se comunicaban entre ellos mismos y con los expertos que los operaban, pero esta situación ha cambiado considerablemente a partir de una idea simple pero contundente de un hombre llamado Vannevar Bush.

En 1945 Bush publicó un artículo intitulado “Como podríamos pensar” en el cual describió una máquina capaz de vincular documentos a partir de su temática de manera automática y permanente. El memex, como llamó el autor a su sistema, contendría una colección descomunal de contenidos, reconocería las relaciones temáticas y las pondría a disposición del lector. Éste podría hacer una lectura lineal, como la del libro clásico, o podría escoger los vínculos propuestos para cambiar la secuencia de su exploración.

Por una parte, el memex de Vannevar Bush es una extensión del texto académico con sus citas y referencias, pero al mismo tiempo es una nueva desterritorialización que lleva al discurso a los relés, las tarjetas perforadas y, más tarde, a los circuitos integrados. El mayor impacto de esta herramienta surge con la ampliación de internet, cuando los estándares y los protocolos abren las puertas a un público masivo.

IX

En la comunicación electrónica moderna las letras mayúsculas representan gritos, y no saberlo conlleva reprobación social. La formación de normas, géneros y estructuras en la red electrónica de comunicación ha sido veloz e implacable. Los contenidos se vuelven formas y éstas se recombinan y se agrupan de manera vertiginosa. Mientras las transformaciones del libro y las publicaciones impresas requirieron varias decenas de generaciones, los entornos electrónicos evolucionan a un ritmo que deja a muy pocas expresiones, como el correo electrónico o la página web, subsistir más de una década.

La red social es un producto que fue largamente anunciado antes de la aparición de Facebook (Rheingold, 2002), pues pasó casi una década antes de que las tecnologías y las actitudes sociales hicieran posible las infraestructuras y el alcance que actualmente despliegan gigantes como Google o Facebook. Paradójicamente, el éxito de estas iniciativas empresariales no proviene de producir discurso, ni siquiera de su regularlo, sino de su incentivarlo. En esta etapa, el emisor está obligado a producir en el texto un territorio que acentúe las particularidades del lector, a desanonimizarlo y a catalizar su transformación en emisor.

El plano productor-consumidor es reemplazado por el prosumidor en las comarcas de la capitalización del texto. Las empresas de las redes sociales lucran con actividades que pervierten el sistema vertical de medios. No cabe decir que horizontalizan el discurso: es tan radical la desterritorialización que experimenta el texto, que transita de una territorialidad vertical a una nodal.

X

Uno de los emblemas de la prensa sensacionalista es el encabezado en mayúsculas de gran cuerpo. En el entorno del puesto de periódicos, estas frases gordas y gritonas debían imponerse al entorno y encarnar mensaje y contexto ante la curiosidad del lector, siempre en el extremo inferior del vector vertical de los medios tradicionales. En cambio, los mensajes de las redes sociales requieren un manejo más sutil de tipografía y texto. En éstas no hay un solo lector, los mercadólogos crean embudos de ventas y mensajes que reconocen al lector antes de su redacción. Grupos que se forman específicamente a partir de los intercambios; lecturas simultáneas; ecologías efímeras. Discursos que son formas y contenido en un calidoscopio hjelmsleviano.

En este nuevo entorno la literatura tendrá que cambiar, no como respuesta a una amenaza o como obligación ética. Cambiará porque sus condiciones se han transformado sin que desaparezcan sus fuentes. Las ficciones fundacionales que le dieron vida se desvanecen: la aspiración del intelectual por integrarse al núcleo superior del que emana lo literario se vuelve fatua; el lector sólo encuentra alienación donde antes nacía la pasión aspiracional. Pero las vocaciones de escribir y leer permanecen, el texto aún se desplaza ansioso por la literatura: con nuevas actitudes, con propósitos nodales que se sobreponen a las tradiciones verticales, con nuevas ficciones que tal vez escritas en minúsculas se vuelvan más ágiles y perdurables que sus antecesoras.

 


Referencias

Bajtin, Mijail. 1979. “El problema de los géneros discursivos”, en Estética de la creación verbal. México: Siglo XXI, p. 294-323.

Briggs, Assa y Burke, Peter (2002). De Gutenberg a Internet. Madrid: Taurus.

Deleuze, Gilles y Félix Guatarri (2004). Mil mesetas: Capitalismo y esquizofrenia. Valencia: Pre-Textos.

Foucault, Michel (1968). Las palabras y las cosas. Buenos Aires: Siglo XXI.

Goody, Jack (1992). “Alfabetos y escritura”, en Raymond Williams, ed., Historia de la comunicación, Vol. I. Barcelona: Bosch, pp. 189-242.

Hjelmslev, Louis (1974). Prolegómenos a una teoría del lenguaje. Madrid: Gredos.

Martin, Henri-Jean (1992). “La imprenta”, en Raymond Williams, ed., Historia de la comunicación, Vol. II. Barcelona: Bosch, pp. 9-62.

Rheingold, Howard (2002). Multitudes inteligentes. La próxima revolución social. Barcelona: Gedisa.

 

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