Ilustración: Kayleigh Martin Esquivel
Escrito por: Soraya Mejía
Considerando la política educativa actual en la Educación Media Superior, una de las prioridades de todos los subsistemas es mejorar los índices de comprensión lectora en las pruebas de gran escala aplicadas a los estudiantes de bachillerato. Mucho se invierte – tiempo y dinero- en elaborar planes y aplicar estrategias para mejorar estos índices; sin embargo, son pocos los espacios destinados a la promoción de la lectura en las escuelas de ese nivel y pocos los directivos académicos que deciden apostar por un programa de esta clase.
El programa de fomento a la lectura “Al Son de las Letras” ya lleva un año realizando actividades de animación lectora en los seis planteles de la DGETI en el estado de Yucatán. El propósito de dicho proyecto es motivar a los jóvenes a leer por gusto y también a desarrollar en ellos habilidades de comprensión lectora y de redacción a través de una red de mediadores de lectura. Estos promotores son maestros, no exclusivos del área de lenguaje y comunicación, bibliotecarios o administrativos que tienen en común el gusto por la lectura y la empatía con los jóvenes.
Con mucho entusiasmo expreso que hemos avanzado por buen camino gracias al apoyo de distintas instituciones y personajes clave en el fomento a la lectura como “Leer por placer” A.C. y el programa estatal “A leer se ha dicho”, el cual dirige la maestra y escritora Rosely Quijano; pero también, por el apoyo del director del plantel del CBTIS 120, Dr. Ramanuján Gómez Heredia, y a la Ing. Beddy Sosa, Auxiliar Académica de la DGETI en Yucatán.
Motivar a los jóvenes que cursan el bachillerato a ser lectores es un trabajo arduo pero maravilloso. Desde mis inicios como docente en el Nivel Medio Superior he tratado de elaborar un tipo de recetario para mí y los mediadores que pueda endulzar el hábito de la lectura. Hasta ahora encuentro que el ingrediente secreto es la pasión del mediador. Por supuesto que esto debe estar acompañado de actividades atractivas como Ferias de Libro en los planteles, charlas con jóvenes escritores de la región, concursos de cuento y declamación, y sobretodo la capacitación constante del promotor.
Voy a mencionar un recuerdo que guardo con mucho cariño: cuando tenía 14 años llegó una prima de Panamá a vivir a casa de la abuela; ella traía unos cuantos libros de distintos escritores latinoamericanos. Me gustaba verla sentada en la sala, en un sillón rojo aterciopelado, en silencio, leyendo esas novelas. Puedo asegurar que ella fue una mediadora de lectura al no obligarme a leer esos libros y al provocar en mí el placer de verla disfrutarlos. Tal vez fue la curiosidad o el asombro de verla en silencio, sin moverse, haciendo nada más que leer. Ese extrañamiento, esa rareza en mi cotidianeidad, me hizo acercarme al libro. Nadie me dijo que leer me traería “beneficios”, que yo sería una mejor persona o qué autor sí leer y cual no. Así es como mejor ha funcionado la motivación lectora en los adolescentes de bachillerato según las experiencias compartidas con otros promotores. Nuestros jóvenes lectores gozan de los derechos plasmados por Daniel Pennac en su libro titulado “Como una novela”: a leer lo que quieran, de no acabar un libro si no les cautivó, saltarse páginas, etc. La lectura es una elección, no es un deber.
Un consejo maravilloso es el que ha manifestado Juan José Millás en un artículo publicado en El País. Este autor señala que cuando los profesores de lengua y literatura se le acercan para pedirle consejos sobre cómo motivar a los jóvenes a ser lectores, señala que él les plantea que “la lectura es ya una de las pocas actividades transgresoras”, un acto de rebeldía en sí mismo, y de poder: “quien domina las palabras, domina la realidad”. La mayoría de los adolescentes pasan por esta etapa enarbolando una bandera de rebeldía, qué mejor manera de acercarlos a la literatura.
La lectura es un hábito singular, señala Michelle Petit al expresar que es una experiencia que implica ciertos riesgos tanto para el lector como para sus allegados. Así lo fue para mí, así es para mis alumnos. Muchos de ellos han expresado el temor de ser señalados por sus compañeros al inscribirse al taller de lectura. Yo les confirmo que es verdad que casi ningún estudiante de la escuela se atreve a leer literatura, que no es bien visto, pero allí radica todo el misterio del club de lectura. “Cuando un joven proviene de un medio donde predomina el miedo al libro, el mediador puede autorizar, legitimar, un deseo mal afirmado de leer o aprender, e incluso revelarlo”, señala Petit.
Lo mágico de esta faena es cuando los alumnos empiezan a socializar sus lecturas. La empatía, la comunicación, el intercambio de ideas y gustos, dan pie a la conformación de una sociedad estudiantil lectora. Se les revela en automático que les llevará esfuerzo, tiempo, dedicación y disciplina obtener el hábito de la lectura pero que vale la pena. Comienzan a comunicar mejor sus ideas y emociones, y emprenden a ser los arquitectos de sus propias ideas y realidades. Sólo nos queda a nosotros los promotores seguir seduciendo y cazando nuevos jóvenes lectores.